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Touch'n go por la pintoresca Pinang

  • Foto del escritor: Juangre Sosa
    Juangre Sosa
  • 5 ene 2017
  • 3 Min. de lectura

Nuestra pasada por Penang, o Pinang, aunque breve, nos encantó.

No llegamos un lunes cualquiera, llegamos el primer lunes del año, en un ferry viejo desde la isla Langkawi. Bastante desorganizado el puerto, pero pudimos abordar bien. Nos habían dado asientos separados, así que putié un poco, ya que la chica de los tickets ya me había puesto de mal humor con su maltrato. Loos asiáticos tienen una forma bastante agresiva de tratar. Sit down, sit down, es todo lo que te dicen y no te dan bola a cualquier cosa que sea que les estés diciendo o preguntando.

En fin, en el ferry no se podía abrir las ventanas ni tampoco ir afuera - algunos que lo intentaron que morfaron una linda puteada malaya -. Había una tele de los '90, y nos pusieron dos películas muy acordes al país y su religión... Rápido y Furioso 7, y El Transportador. Las mujeres están todas tapadas, pero en la tele les gusta verlas desnudas... También había una heladera bien vieja abajo de la tele, de la que sacaron botellitas de agua para vender, gracias a Dios!! Bendita heladera vieja, me salvó el viaje.


Por supuesto, cuando llegamos a Georgetown, llovía. No venimos teniendo suerte con el clima, pero ya desde Nueva Zelanda. El buena onda del dueño de la casa de Airbnb que habíamos reservado nos fue a buscar cerca del ferry. Jern nos contó que era el primer día que llovía después de 3 días divinos de sol. Obvio.

Red Garden Food Paradise

Cuando llegamos a la casa nos mostró todo, y con su mujer se sentaron a la mesa y nos mostraron en un mapa donde ir a comer, los lugares para visitar, qué calles interesantes y demás. Unos genios.

A la nochecita fuimos a comer a una de sus lugares reecomendados, Red Garden, una especie de mercado cerrado de comida asiática (aunque había un lugar mexicano y una pizzería que se suponía que vendía pizzas italianas...) El lugar era lindo, pero era bastante turístico y los platos eran caros para la cantidad de comida que traían. ¡Qué decepcionados se fueron nuestros estómagos hambrientos! Lo mejor de la noche fue escuchar a algunos locales cantar en el escenario del lugar.


Se ve que esa noche le entramos mucho a la fritanga o algo me hizo mal, porque a la mañana siguiente, boom, hecha bolsa de la panza. Hasta fiebre me agarró. Pasé todo el día en la cama, Juangre iba y venía, cámara en mano y poca comida, y a la noche se largó una tormenta terrible que nos obligó a quedarnos tirados mirando una película y terminar la noche con varios capítulos de Friends.


El miércoles 4 de enero extendimos nuestra estadía en Penang para poder recorrer la ciudad de Georgetown, ya que yo no conocía más que la estación del ferry y el cuarto que la alquilamos en la casa de Jern. Por suerte me desperté como nueva, y tras un desayuno light, salimos con las mochilas cargadas con 7kg de ropa rumbo al correo postal. Mandamos una cajita a lo de Luz, ya que era ridículo estar cargando hasta abril una remera de manga larga que jamás iba a usar con los 30° cotidianos que hacen en el sudeste asiático. Ojalá llegue bien!!

Las calles de Georgetown

Despachado el paquete, emprendimos nuestros recorrido por la ciudad de las paredes con arte. La verdad es que Georgetown es una ciudad muy pintoresca, vieja y restaurada, con toques de estilo colonial, colores de la india y china, y sonidos de medio oriente. Sus puestos ambulantes de frutas y jugos, golosinas raras y comidas fritas hacen que en el ambiente se sienta una mezcla de olores ricos y feos, concentrados y compactados por la humedad y el calor. Paredes pintadas, dibujadas, medio rotas, descascaradas, con arte y azulejos de colores, esculturas en hierro a descubrir en tantas esquinas.

Historias, anécdotas, arte, cultura y religión esparcidos como un todo en cada rincón de la ciudad.

En una de las calles principales, solo en unas pocas cuadras hay una mezquita del islam, un templo hindú, uno budista y una iglesia anglicana. Así es la diversidad en Malasia. Cada uno sus costumbres y religión, todos diferentes, pero viviendo en la casa de al lado.

Mercado callejero

Lo que al parecer todos comparten es la comida frita y el uso del picante. Cuando tuvimos que buscar un lugar para almorzar no hubo caso en hacerles entender que quería un pollo sin NADA. Le metí arroz blanco y tostadas otra vez, pero a la noche salilmos a caminar por la calle donde unos puestitos funcionan como mercado callejero nocturno, y probamos Popiah, una sopa de noodles china que no se como se llamaba, y Juangre se comió unos spring-rolls.


Así terminó nuestra estadía en Pinang, cortita pero amorosa.



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© Juangre & Popi ON ROAD. 2015 | 2017

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