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Into Mordor

  • Foto del escritor: Juangre Sosa
    Juangre Sosa
  • 8 abr 2016
  • 7 Min. de lectura

El viernes dejamos todo listo, y al día siguiente, después de trabajar, salimos bajo la lluvia rumbo al norte. Juangre manejó por la State Highway #1 hasta un camping sobre la ruta 47, cerca de National Park, donde, a oscuras, armamos la carpa sobre el barro. Mientras yo ponía las estacas y daba vida a nuestra casita, Juangre inflaba los colchones. Unos vivos que habían llegado antes habían armado su carpa sobre el único piso que había, abajo del techito de una galería que hacía de cocina campinguera. Me pareció un poco desubicado de su parte, pero la verdad es que a lo largo de la noche les envidié la astucia. A eso de las 2 de la mañana me desperté creyendo que el riacho que había cerca había crecido tanto con la lluvia que nos iba a llevar con carpa y todo. Finalmente, eso no pasó, ni era una posibilidad; el río estaba varios metros por debajo de nuestro alcance. De todas formas, el rugir de su corriente logró hacer que durmiéramos muy mal, y las gotas cayendo sobre nuestra cara, también.



El domingo nos levantamos temprano como el alba, y descartamos por completo nuestro trekking por el Tongariro National Park. No veíamos a 4 metros de distancia, no iba a tener sentido hacer la caminata bajo el agua si no íbamos a poder disfrutar de la vista.


Así que nos subimos al auto y recorrimos los alrededores. Conocimos el Lake Rotoaira, las Thermal Pools de Tokaanu, donde vimos por primera vez el maravilloso efecto que produce la actividad volcánica en la tierra, y disfrutamos de una pileta termal un poco dudosa... parecía simplemente una pileta climatizada con mucho cloro, donde, además, no se podía nadar. Allí conocimos a una simpática señora alemana, de la que no recordamos el nombre, que viajaba sola alrededor del mundo aprovechando su jubilación; había comprado una van usada y recorría NZ durmiendo en ella. Toda una hippie.


Luego, nos subimos de nuevo al auto y recorrimos la ruta 32, que va paralela al Lake Taupo, hasta llegar a su ciudad en un día que se había vuelto radiante. Entramos en el Pack'n Save y nos abastecimos para una sandwicheada, que devoramos al costado del lago. Aprovechando que el día estaba increíble, inflamos el kayak y lo estrenamos en el Taupo. Al principio costó entender bien como armarlo, ¡¡sobre todo para que no se llenara de agua!! Al final logramos descubrir el cómo y nos metimos lago adentro, remando discoordinadamente. Mientras recorríamos apenas unos pocos metros, a nuestra derecha se jugaba una carrera de esquí acuático, y toda la hinchada estaba en llamas alentando a los corredores. Camionetas gigantes con familias numerosas tomaban su afternoon tea mirando la carrera. Apenas terminó, desaparecieron todos, y nos quedamos solos, desfrutando del atardecer. Aunque pobre Juangre, no pudo disfrutarlo tanto ya que le agarró un fuertísimo dolor de estómago. Pasaron unas cuantas horas de sufrimiento para él, hasta que nos decidimos a ir a dormir a un hostel en Turangi, un pueblucho cerca de la entrada del National Park.


Llegamos como a las 10 de la noche, tardísimo para NZ, pero por suerte era un hostel de backpackers bien hippon, y no tuvimos problema. Hasta pudimos hacer unas pizzas caseras en la cocina, que nos salieron tan buenas que tuvimos que raspar la masa de la fuente... Nuestro día terminaba en un cuartito húmedo de 2x2, con sábanas, esperemos estuvieran limpias. Dormimos como bebés, listos para la gran hazaña del día siguiente.


El lunes nos levantamos lo más temprano que pudimos y, tras prepara nuestras mochilas y vestirnos como cebollas, salimos hacia Ketatahi, la entrada norte al Tongariro Crossing. Dejamos a Crema de Leche en el estacionamiento , tomamos agua, y empezamos a caminar. El día no era mucho mejor que el anterior, pero por lo menos no había llovido la noche entera, ni tampoco llovía en ese momento. Empezar la caminata estando seco era un punto a favor. Según lo que habíamos leído, estábamos empezando la caminata por el lado más díficil, pero que más daba, no nos quedaba otra... Ya estábamos ahí, y teníamos que llegar al otro lado antes de las 5 de la tarde, hora del último bus que nos llevaba de vuelta al estacionamiento de Ketatahi.


A las 10am empezamos la travesía de los 19,4km, en la que íbamos a alcanzar una altura máxima de 1.886m sobre el nivel del mar (cabe resaltar que empezamos a unos 1.456m...) Nos adentramos en los bushes completamente solos. No había ni un alma. ¿Realmente habíamos empezado por el lado equivocado? A los 30 minutos pensé que me moría ahí. Que estado el mío... Está bien que no tenía ni una pizca de entrenamiento en trekking, y que el camino era bastante empinado, pero ¿30 minutos? ¡Qué desilusión! Juangre encima me hacía chistes. Frené y me comí una pera. Necesitaba hidratarme. A los 45 minutos salimos de los bushes, y en el medio de la nada, eso que iba a ser lo único que veríamos durante las próximas horas, le dije a Juangre que no sabía si iba a poder lograrlo. Que le estaba avisando, a él, y también a mí, que no se sorprendiera si no podía. Pero a partir de allí el camino no fue tan mal. A los poco minutos nos encontramos con una pareja que iba adelante nuestro. Estuvimos viéndolos durante largo rato, haciendo conjeturas sobre su relación. Ambos estaban vestidos de deporte, con buenas camperas y zapatillas de montaña. Él llevaba una gran mochila en la espalda, y una mochila pequeña en el pecho. Ella sólo tenía el estuche de una cámara de fotos. Se ve que cargar menos peso no impedía que se cansara. A cada rato frenaba, y él la esperaba. No hablaban casi. Empezamos a preguntarnos si tal vez era novios, y si él sería como su mula de carga. Otra de nuestras conjeturas era que se habían conocido en el hotel y al charlar y descubrir que ambos harían la caminata sólos, se ofrecieron ir juntos, y él salió perdiendo. Ella lo había engañado y ahora él no tenía otra que acompañarla armado de paciencia, porque sino no tenía como volver al hotel, ya que habían ido con el auto de aquella. Nunca sabremos cuál era la verdad; no les hablamos, ni tampoco nos los volvimos a cruzar. ¿Habrán terminado la caminata o habrán pegado la vuelta? Quién sabe...


Más arriba nos cruzamos con la simpática señora alemana, que había empezado del otro lado a las 6 de la mañana y ya estaba a 1 una hora terminar. Esa señora si que tenía estado! Me sentí pésimo comparado con ella... Tremendo. En el primer y único paraje, a 2 horas del comienzo, nos encontramos con mucha gente. casi todos extranjeros, mayoritariamente alemanes y franceses. Todos bien equipados para la ocasión. Un grupo de chicas rubias todas vestidas de negro comiendo zanahorias y bananas, gente bien flaquita y en estado, con palos de trekking y cantimploras. Aunque había de todo. Gente como nosotros, haciendo una excursión, otros que parecía que habían estado caminando por la calle y de repente se les cruzó por la cabeza la idea de ir a cruzar el Tongariro, y así nomás se fueron. Pero lo que más me llamó la atención y me dio mucha energía y ondas positivas, fue ver, a medida que seguimos avanzando, familias enteras, con nenes chiqiuitos y gente mayor. Incluso una señora que debía tener más de 80 años. ¡Qué emoción! Si ellos lo logran, yo tengo que poder, no debe ser tan complicado. Y así fue. Salió el sol, y llegamos al Blue Lake. Una maravilla. Y de lejos, vimos el Red Crater. Mordor. Estabámos ahí, sólo teníamos que cruzar el campamento de los orcos para llegar a la Montaña del Destino, a los preciosos Emerald Lakes y luego hacer el famoso crossing, ese que te lleva hacia la cima del volcán. Jamás pensé que iba a ser tan empinado. Dábamos pasito tras pasito, resbalando, subiendo en cuatro patas y frenando cada dos por tres. De la mano y matándonos de risa, logramos llegar hasta el otro lado y mirar hacia lo que acabábamos de dejar abajo. Si bien se había vuelto a nublar y no pudimos apreciar el paisaje en el horizonte, lo que vimos nos impactó de todas formas. La belleza de la naturaleza, como en el medio de la nada, el agua hace que todo sea mágico. Las formas de la tierra, los colores y lo que produce el calor que sale del interior del mundo. El Red Crater, un agujero rojo, imponente y espeluznante. Al llegar ahí, la niebla era tan densa que no nos podíamos ver entre nosotros. Empezamos a bajar, creyendo iniciar el final de la caminata; pero todavía nos quedaba un largo trecho por recorrer. Piedras rojas resbaladizas, desiertos entre montañas, llegar al Mount Ngauruhoe (al que pasamos por abajo y saludamos hasta nunca), la escaleras, miles, miles de escalones y las pasarelas de Soda Springs, sin fin aparente, hasta el estacionamiento de Mangatepopo, el tan esperado final- por el baño, sobre todo -. Llegamos con los pies agotados, pero felices. ¡Y lo logré! Metimos buen tiempo y todo. Llegamos alrededor de las 3.30 pm, por lo que tardamos unas 5 horas y media... el tiempo calculado son unas 7 u 8 horitas, ¿qué tul? Bastante bien...


Ahora nos tocaba esperar al bus. ¡Tortura! Queríamos llegar de una vez! Así que hicimos dedo, y una mujer nos levantó sin dudarlo. Era checoslovaca y se llamaba Marcela. Nos contó que estaba haciendo house sitting en Auckland y que seríamos bienvenidos cuando quisiéramos. Nos llevó hasta nuestros auto, una divina. Nos pasó su Facebook, le regalamos una cervezas como agradecimiento, y nos separamos, con la promesa de seguir en contacto. Pero se me borró su nombre del teléfono y nunca la pude encontrar... Quedará siempre en nuestro recuerdo.


Volvimos a Taupo y decidimos que queríamos descansar bien, así que nos quedamos en un hotel, el Tui Oaks, y nos dimos la mejor ducha de nuestras vidas.


Nuestro fin de semana no terminaba ahí. Al día siguiente caminamos por el Spa Thermal Park, bordeando el río más largo de la Isla Norte, el Waikato. Luego compramos unas tartas en una bakery y fuimos a ver las magníficas Huka Falls. El agua turquesa, jamás vi algo igual. Alucinante. Seguimos recorriendo un poco más, pero esta vez arriba del auto, y levantamos a una chinita que venía caminando mucho y la llevamos hasta Taupo cuando pegamos la vuelta a casa.


Un viaje inolvidable.


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© Juangre & Popi ON ROAD. 2015 | 2017

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